diumenge, 7 d’agost del 2016

HOMOSEXUALIDAD EN ROMA






Las tres gracias - Antonio Canova

Introducción

Hay una corriente general que vincula a Roma y Grecia como el paradigma de la libertad sexual. Esta lectura basada en una distorsionada visión del sexo en la antigüedad viene condicionada en parte por los clichés mostrados en el propio cine en el que las orgías parecen rendirse a un placer ilimitado en el que todo es válido, ahora bien, aunque parcialmente es verdad que existía una cierta aceptación o al menos un conocimiento social, hay que especificar que esta sociedad tan excesivamente costumbrista y reservada en cuanto a la reputación social del apellido no veía con aprobación conductas que derivaran de una moralidad para ellos más que dudosa, haciendo una clara diferenciación entre aquello que era público y lo que atañía al ámbito privado o por decirlo de otra forma, los romanos regularon legalmente el cómo, quién y dónde, para que quedara patente lo apropiado o no de las prácticas sexuales, incluyendo la homosexualidad.


Orestes y Pilades - Museo del Prado

La sexualidad y el placer

A pesar de que las culturas griegas y romanas fueron avanzadas en muchos campos, no hay que dejarse llevar por una falsa euforia en cuanto a comportamientos sociales. No nos engañemos, eran sociedades patriarcales, machistas, esclavistas y tremendamente selectivas y como tal actuaron en consecuencia, sus vidas no eran vistas de forma individual sino como parte de un tejido necesario para su supervivencia colectiva. Basándonos en la premisa que gran parte de estas sociedades disponían de escasos periodos de paz, viene siendo lógico que la sexualidad aceptada mayoritariamente fuera la heterosexual, pues ésta proporcionaba nuevos ciudadanos, nuevos guerreros o en el peor de los casos nuevos úteros para fertilizar, así de simple, así de práctico, porque la cuestión no es tanto las preferencias sexuales como el concepto de la sexualidad en sí misma.

Voy a explicarme, en la actualidad regimos nuestra percepción de la sexualidad a través de un bagaje de cientos de años de represión religiosa, nos basamos en unas normas morales en las que la castidad, la fidelidad y la ausencia de placer en pro de la reproducción entraban dentro del segmento de lo permitido o lo prohibido, es decir el sexo como herramienta de placer era sucio y tabú, pero en las sociedades antiguas el sentido de la sexualidad estaba patente en casas, fiestas, estatuas, escritos, grafitis o discursos.

En la antigüedad, no existía la prohibición en la exhibición del falo, es más ¡Se invitaba a ello!, se premiaba y se aceptaba, porque la sexualidad en sí misma es el mejor legado para quienes poseen una esperanza de vida reducida, unos dioses abandonados a los placeres más esenciales o una relación indisoluble entre sexualidad y la abundancia, es decir eran sociedades vírgenes sin prohibiciones religiosas.

Ahora bien, los griegos y especialmente los romanos que todo lo regulaban, debían estructurar la sexualidad para no convertir su sociedad en amoral o bárbara, cuando tienes una religión que no es prohibitiva, debes normalizar las conductas apropiadas socialmente desde la legalidad, desde el derecho de los hombres.

Si el cristianismo en su influencia apelaba a la reproducción como motivo principal de la sexualidad carente totalmente de placer, en las sociedades grecorromanas había una clara diferenciación entre la sexualidad reproductiva y la que atañe a la satisfacción sexual.

No es el mismo concepto, por tanto no debe ser visto de la misma forma.



La homosexualidad en las sociedades antiguas

Los romanos en su visión particular de la sociedad griega, destacaban la libertad sexual con la que los hombres mayores gozaban de los placeres sexuales de los más jóvenes, todo ello les parecía deleznable y abusivo más propio de la pederastia que del sexo libre, acusándolos de un libertinaje obsceno y carente de moral.

Museo Arqueológico de Atenas


La griega era una sociedad más férrea, más tradicional, pero ese carácter inclinado a nuevas corrientes de pensamiento filosófico permitía que ciertos hombres gozaran de todos los placeres que estaban a su disposición, eso incluía el goce sexual, no desde un punto de vista de género sino de experimentación del placer, en este caso habría que hacer referencia a la Escuela Cirenaica o al Epicureísmo, donde el ser humano se abandonaba al placer de los sentidos sin disponer de barreras sociales que pudieran entorpecer la búsqueda de la felicidad plena, asimismo las prácticas sexuales con jóvenes en los ámbitos académicos eran considerados por sus autores como un aprendizaje de las nuevas generaciones en el conocimiento de la sexualidad.

No obstante, no podemos quedarnos en este hecho ya que es meramente referencial y no constituye una generalidad, seamos sinceros, hombres y mujeres obligados por la guerra a pasar grandes periodos en la soledad de sus alcobas, buscaron un refugio en manos de sus iguales para satisfacer sus deseos más primarios, de hecho las mujeres podían gozar de las visitas de amigas o conocidas pero no de varones, siendo más fácil sucumbir al amor homosexual. La propia etimología de Lesbiana proviene de la isla de Lesbos donde una de las poetisas más importantes del mundo antiguo, Safo, dedicaba odas de amor y pasión a sus discípulas servidoras de las Musas. Convivir únicamente con la compañía femenina en claro detrimento masculino debió inclinar la balanza sexual de Safo.

En el caso de Roma es ligeramente diferente, la libertad sexual formaba parte del núcleo estricto del hogar, pero siempre sin aparentar demasiado, sin que el linaje de tu familia pudiera ser cuestionado o vilipendiado por tu incapacidad de contener el deseo, eso era lo esencial, haz lo que quieras pero sin que se vea. En el caso de la infidelidad aunque muy mal vista, fue fuente de bromas y episodios cómicos hasta en el propio senado, pero eso no ejemplarizaba el perfecto o perfecta romana, la contención del deseo proporcionaba un plus añadido al hombre o a la mujer.


Homosexualidad en el ámbito doméstico

La legalidad romana dejaba patente esta doble moral en la que se movían sus ciudadanos y queda totalmente a la vista la importancia y preferencias que su sociedad regulaba. La ley no prohibía el adulterio masculino pero sí el femenino, siempre y cuando éste no afectara a la legítima cónyuge de tal forma que ensombreciera su reputación personal o familiar, es decir, hazlo en la intimidad y sin ruido, ahora bien esa misma ley no hacía diferenciación entre el sexo del amante, era totalmente indiferente si era hombre o mujer, lo que sí era de suma importancia es si en la relación homosexual, el ciudadano adquiría una posición activa o pasiva. Y este es el punto relevante, en el ámbito doméstico no era extraño que el dómine dispusiera de esclavos jóvenes a su servicio en los que fijara una mirada lasciva, pero lo que no podía permitirse de ninguna de las formas era que el dómine fuera el pasivo, pues en la mentalidad romana el hombre libre jamás podía estar sujeto a sometimiento de otro, por tanto, un ciudadano libre no podía mantener relaciones homosexuales con otro hombre libre pues en este propósito uno de los dos incumpliría la ley.


Safo de Lesbos y Erinna en el jardín - Simeon Solomon



Hay documentos escritos en los que se nos relata el particular caso de un hombre ilustre que abandonado a sus pasiones persigue sin piedad a un liberto (esclavo liberado). Éste último hastiado por el acoso al que es sometido diariamente lo denuncia con la esperanza que cese en su empeño, el dómine finalmente es acusado no por sus preferencias sexuales sino porque aquél a quien intenta pervertir es un ciudadano libre.

Las mujeres estaban acostumbradas a los deslices maritales, teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de los matrimonios eran uniones concertadas, no es de extrañar que ambos cónyuges sucumbieran a sus deseos con esclavos que además no disponían de opción a réplica pues a ojos de la sociedad no gozaban de ninguna consideración legal. Así pues los deseos sexuales romanos eran fácilmente sofocados por las miles de prostitutas, gigolós o esclavos que vendían sus cuerpos en las calles del barrio de Subura, a la salida de los teatros o circos o en las termas de Roma, sin que ello supusiera una ilegalidad.


Zeus y Ganimedes


Homosexualidad en la mitología

La mitología grecorromana está repleta de amores homosexuales y sorprendentemente la gran mayoría de ellos protagonizados por las grandes representaciones icónicas de la masculinidad y el poder, entre ellos Hércules y Abdero, Apolo y Jacinto, Zeus y Ganímedes o ya en el plano más terrenal pero mítico igualmente, Aquiles y Patroclo.

Todos ellos son mostrados desde una vertiente de estimación personal y/o de la exaltación de una belleza física basada en la juventud y la fidelidad al amante. La relación homosexual lleva implícito el entendimiento de los amantes y un enamoramiento físico instantáneo en la que el componente lascivo de la sexualidad queda en un segundo plano, eso sí todos ellos son heterosexuales en sus relaciones maritales poniendo de nuevo sobre la mesa la tensa y delgada línea que separa la idoneidad del deseo carnal.


Homosexualidad en el poder

Este es el apartado que establece la mayor controversia, hay innumerables ejemplos en los que el poder del imperio más importante de occidente sucumbió al deseo homosexual, casi podríamos enumerar a todos los emperadores para asociarlos a un joven de piel tersa y torso apolíneo, ahora bien debemos ser cautos en cuanto a lo que se considera apropiado o no.

Uno de los ejemplos que escenifica perfectamente de lo que hablamos es Julio César. Con escasos 19 años, en los inicios de su carrera senatorial  fue enviado como representante del senado de Roma a Bitinia, donde reinaba el Rey Nicomedes IV. A su regreso y con un gran número de senadores en su contra se filtró el rumor de un affaire de César con el regente, llegando a ser proclamado con sorna y ante todos como “Reina de Bitinia”, la respuesta de César ante tal acusación fue la de iniciar relaciones sexuales con las mujeres de los senadores, se cree que más de cinco sucumbieron, dejando en ridículo a los ilustres hombres que le habían insultado.

Este ejemplo demuestra que aunque no existía una legislación que prohibiera tales prácticas, la homosexualidad no era contemplada con la paridad ética de la heterosexualidad sirviéndose de ella para ser utilizada como desprestigio social.

En el caso de la época imperial, dependerá del emperador del que hablemos y de la época de su gobierno. Augusto, en este campo, legisla los valores del buen hacer romano e insta a su familia a que se convierta en ejemplo a través de la austeridad, la contención y la virtud. Nerón en cambio, sucumbió a todos los placeres de la vida, consumado amante de las artes y la música, sufrió un revés con la muerte de su esposa Popea Sabina, a la que sustituyó por jóvenes esclavos y libertos con cierto parecido a su difunta mujer. En un delirio de pasión llegó a casarse con uno de ellos, Esporo, al que llamaba cariñosamente mi “Popeíta”, previamente lo castró (ya que no estaban permitidas las bodas homosexuales) y le colocó las suntuosas ropas de su mujer. Ese acto excéntrico y desconcertante no hizo sino que empañar, más si cabe,  la ya maltrecha imagen de Nerón.

Adriano y Antínoo - British Museum


Adriano es otro de los ejemplos de amor, pasión y devoción homosexual, centrada en la figura de Antinoo, un hermoso joven al que conoce en Bitinia y al que convierte en su amante. Tras una vida truncada por un trágico final por ahogamiento en las aguas del Nilo, pasa a ser divinizado y su efigie se localizará no sólo en la villa Adriana sino en más de 200 estatuas halladas por todo el imperio, todas ellas con caracterizaciones variadas: como dios egipcio, como sacerdote, como Apolo o simplemente como ideario de belleza. Antinoo representó el perfecto compañero del emperador, consagrado a complacer los deseos de su amante pero tras la atenta mirada de esposa y conspiradores imperiales, tarea nada fácil, por cierto.

No obstante hay que hacer hincapié en un hecho importante, Adriano era un admirador de la cultura helénica, hecho que constató a lo largo de sus innumerables viajes. Uno de los aspectos que han sido argumentados en esta línea,  es la necesidad de Adriano de vivir bajo el modelo tutelar griego o lo que es lo mismo, la pederastia, que como hemos comentado anteriormente, se basaba en la enseñanza del menor en las prácticas sexuales y de pensamiento.

Un emperador que escandalizó a Roma fue sin duda Heliogábalo, un joven que sucumbió a una vida de extravagancias notables. Tras un gobierno algo caótico en que modificó la antigua religión por la ejercida en su infancia en Siria, Heliogábalo empezó a cometer actos totalmente reprobables e impensables para Roma, como su idea de casarse con una Vestal, algo totalmente prohibido,  o la de extirparse los genitales y vestirse de mujer para poder casarse con sus amantes.

Heliogábalo fue odiado por su pueblo y considerado indigno de su cargo, no era merecedor del gran honor que suponía el gobierno del imperio y dejaba patente la gran animadversión que en Roma producía el mostrar públicamente una sexualidad que debía reservarse al ámbito estrictamente privado. Heliogábalo fue asesinado al igual que muchos de los emperadores de su época, pero nadie lloró su pérdida. Tras él, se volvieron a instaurar los antiguos cultos de la religión tradicional romana y se borró su nombre de la memoria colectiva.


Homosexualidad en el ejército

Simplemente aplicando el sentido común, entenderemos que las prácticas homosexuales también entraron en el ámbito militar. Hombres que pasaban años en duras campañas lejos de sus hogares y del reconfortante calor de sus mujeres, debían poseer una férrea integridad moral para no sucumbir al deseo de sus iguales. Con la adrenalina en su punto más álgido y con la incertidumbre de morir en cualquier barrizal, es lógico pensar que los lazos con sus compañeros de tienda y contienda fueran más que estrechos.

Copa Warrem - British Museum

¿Habían relaciones homosexuales en el ejército? Por supuesto, ¿Las hay ahora? La respuesta sigue siendo afirmativa, pero al igual que antaño, la imagen de soldado fuerte, organizado,  defensor del honor de la patria y de un modelo de sociedad no podía dejarse ver en actitud poco masculina  donde se vislumbraran debilidades muy humanas. Para ejemplificar este hecho hay un episodio  esclarecedor que el propio Plutarco nos relata: Cayo Lucio, oficial del ejército y sobrino de Mario, no cesaba en su empeño de mantener relaciones con Trebonio, un soldado raso. Ante la negativa constante de éste último, Lucio decide llamar al muchacho a su tienda con la intención de forzarle, pero hastiado por el acoso, Trebonio desenvainó su gladius y lo mató sin piedad, con la incertidumbre posterior de si sus actos acabarían en una acusación de asesinato. Mario, que había estado ausente durante ese episodio, no sólo no condenó a Trebonio por la muerte de su sobrino, sino que públicamente fue laureado con una corona ante las legiones para que quedara patente con su ejemplo que las buenas costumbres romanas eran más importantes que los lazos afectivos o familiares y que ese episodio jamás debía repetirse pues la condena para tal acción era la muerte. Aun así, hay cientos de episodios que relatan como las grandes autoridades militares obligaban a sus soldados a satisfacer sus deseos sexuales a pesar de la dureza con la que se condenaban tales infracciones legales. Pero hay que aclarar también, que así como se penaba la homosexualidad entre hombres libres, no se aplicaba la ley en el supuesto que las relaciones se mantuvieran con uno de los cientos de esclavos que acompañaban a las tropas, en este caso, aunque no era contemplado con agrado, estaba permitido, pues con ello muchos de estos hombres apaciguaban sus deseos sexuales y quedaban alejados de posibles actos de rebeldía o  insubordinación debido a la satisfacción y complacencia de sus ahora aliviadas pasiones.

Como hemos visto, Roma aunque antigua y poderosa, no fue más fuerte que la naturaleza del ser humano. El sexo al igual que la sangre, formaban parte de la vida pública y privada mostrando sus miedos, sus preferencias o sus excentricidades. Las pasiones humanas han forjado y destruido emperadores e imperios, pero sin duda la libertad sexual con la que el hombre experimentó durante siglos quedó condenada  bajo el yugo de la religión que aplacó el deseo para instaurar un periodo de procreación organizada, medida y segmentada. La homosexualidad no dejó de existir, porque simplemente siempre ha estado ahí, mostrarla en público es la constatación de que las libertades están por encima de moralidades, aunque aun en nuestros días se tache, clasifique y estigmatice en algunos sectores conservadores. Aun así, decir que la sociedad romana aceptaba, sin condiciones, la plena libertad sexual, es referir con demasiada holgura un hecho que no está justificado de ningún modo y aunque se quiera idealizar el sexo en Roma  como si de una gran orgía se tratara, lo cierto es que sus hombres y mujeres antepusieron la virilidad y la feminidad social muy por encima de las pasiones sexuales de cualquier índole o naturaleza.



Bibliografía

- El Amor en la antigua Roma Autor: Pierre Grimal. Ed. Planeta
- La imagen del sexo en la antigüedad: Tusquets editores
- El sexo divinod. Dioses hermafroditas, bisexuales y travestidos en la Antiguedad Clásica: Autor: Sabino Perea. Ed. Alderaban