dissabte, 1 d’abril del 2017

AÑO 80 D.C. EL OTRO GRAN INCENDIO DE ROMA




Escrito por Federico Romero Díaz, autor de la novela No lleves flores a mi tumba.

El incendio de Roma

De todos es conocido el gran incendio que asoló Roma bajo el gobierno de Nerón, el mes de julio del año 64. d.C.. La literatura, el cine y la pintura se han encargado de representar ampliamente este suceso que ha quedado grabado en nuestro imaginario colectivo. Por poner un ejemplo, todos recordamos la escena de la película “Quo Vadis” en la que Nerón, encarnado por el actor Peter Ustinov, canta mientras Roma es quemada por sus hombres.

Es cierto que el desastre ocasionado por las llamas fue considerable y los daños causados numerosos: se destruyó parte de la zona del Circo Máximo, el palacio personal de Nerón, el Templo de Vesta y el de Júpiter. En total, los distritos arrasados fueron cuatro y los que sufrieron daños de importancia, siete más. Roma se vio seriamente afectada y las sospechas sobre la autoría del desastre, en el caso de que hubiera sido realmente intencionado, recayeron casi a partes iguales entre el Emperador, que aprovechó el espacio libre para construir su inmenso palacio personal, la Domus Aurea, y los culpables señalados por él, los cristianos. El siniestro del 64 d.C. es de cualquier manera uno de los sucesos más conocidos de la Roma Imperial.

Lo verdaderamente extraño es que en el año 80 d.C.., tan solo dieciséis años después, siendo emperador el breve Tito Flavio Sabino Vespasiano, se produjo uno de similar magnitud que apenas conocemos, a pesar de ser mencionado en diversas fuentes. A sí fue descrito por Suetonio:

 “En su reinado no hubo más accidentes que los naturales, como la erupción del Vesubio, un incendio en Roma, que duró tres días y tres noches y una peste cruel. En estos casos se mostró sensible y benéfico, socorriendo a todos”

Uno no puede dejar de preguntarse por el motivo. ¿Porqué a nivel popular todos conocemos el incendio de Nerón y desconocemos sin embargo el de Tito, tan catastrófico o más que el anterior?.
Tito Flavio Sabino Vespasiano

Antes de responder a esta pregunta es conveniente conocer más a fondo la catástrofe del 80 d.C. en sus diferentes aspectos.


EL INCENDIO DEL 80 d.C.

Origen

La primera cuestión que surge al analizar el suceso es que los incendios en Roma eran frecuentes. Ya bajo el gobierno de Cesar y en el de Augusto, se adoptaron medidas de diferente índole que trataban de mejorar la situación con mayor o menor fortuna. Una de las más conocidas fue la creación del cuerpo de vigiles” tras el devastador incendio del año 6 a.C. Era difícil atajar el fuego en una ciudad superpoblada, llena de “insulae” construidas en madera y ladrillo, de talleres de todo tipo que tenían depósitos de leña, hornos o de miles de hogares que las familias utilizaban para cocinar, etc.

En las fuentes no se hace mención a ningún culpable del desastre del 80 d.C. , por tanto, lo más lógico sería achacar el comienzo del incendio a un hecho fortuito. Dion Casio nos dice:

“Seguramente el desastre no fue de origen humano, sino divino”.


Daños causados y desarrollo del incendio

En este aspecto la mejor fuente para conocerlos es Dión Casio que hace una enumeración de los monumentos más importantes destruidos o seriamente afectados por las llamas: “Panteón de Agripa, el Templo de Júpiter, el Diribitorium, el Teatro de Pompeyo y la Saepta Julia, entre otros”. A esta larga lista de grandes monumentos que ahora vamos a conocer en detalle hay que añadir como es lógico, las innumerables construcciones menores, las viviendas, los talleres, tiendas…. que los rodeaban.

Aunque aceptemos que el grado de destrucción del incendio del 80 d.C. no fuera tan desastroso como el del 64 d.C., hay que reconocer que el número y la importancia de los edificios destruidos es más que considerable.

Empecemos con el listado y la reconstrucción aproximada del recorrido de las llamas que durante tres días con sus noches devastaron Roma:

Inicialmente el fuego se propagó principalmente por el distrito Flaminio y fue allí donde el incendio fue más intenso. En esa zona ardieron varios monumentos de gran importancia como el Circo Flaminio que era el punto de partida de los desfiles triunfales. También se consumió entre las llamas el Pórtico de Octavia, la hermana pequeña de Augusto, con sus escuelas, curia y biblioteca. Afortunadamente, se salvó el conjunto escultórico, obra de Lisipo, que representaba a Alejandro Magno entre 25 de sus jefes de caballería en la batalla de Gránico. El Pórtico será restaurado sucesivamente por Domiciano y tras un nuevo incendio, por Septimio Severo y Caracalla.

Sólo una parte del Campo de Marte se salvará. La diosa Fortuna permitió que el Mausoleo de Augusto, actualmente en restauración, se salvara de las llamas y pueda ser hoy admirado. También sobrevivieron los baños de Nerón y el Horologium, el reloj solar más grande de la Antigüedad con su gran explanada de mármol con líneas de bronce incrustadas, su cuadrante y su obelisco, traído por Augusto desde Heliópolis, Egipto.

En el centro de la ciudad, la Saepta Julia, que consistía en un gran patio rectangular con galerías de dos pisos de altura y que había servido sucesivamente como lugar de votaciones, escenario para la lucha de gladiadores y mercado. Ardió hasta su destrucción. Anexo a la Saepta, el Dibiritorium, un amplio salón con unas famosas vigas de 30 metros, quedó asolado y nunca más fue restaurado.

Cercano al Tiber, el Panteón de Agripa fue presa de las llamas. El original guardaba poco parecido con el que hoy podemos admirar en la Plaza de la Rotonda. Era de planta rectangular y tenía su entrada por el lado opuesto al actual, por el lado Sur. Su aspecto era imponente y fue construido en torno al 27 a.C. para glorificar a la “gens” Julia. Será reparado por Domiciano, aunque en tiempos de Trajano, en el 110 d.C. sufrirá una nueva destrucción que posibilitará su entera reconstrucción por parte de Adriano. Muy cercanos a este edificio estaban el Templo de Neptuno y las Termas de Agripa que fueron las primeras grandes termas construidas en Roma.


Plano de la Roma Imperial

En la zona del Capitolio, fue afectada la zona más antigua de la ciudad. El Teatro de Pompeyo, que había sido el primer edificio de la ciudad realizado en mármol, perdió su escenario recién restaurado. El Pórtico de Pompeyo, una de las zonas de esparcimiento del pueblo romano también fue presa de las llamas. Además del complejo de Pompeyo, también fueron destruidos el Teatro de los Balbo y el Teatro de Marcelo. Este último ya había sido dañado en el incendio del 64 d.C. y en el 69 d.C.. durante las luchas entre Vespasiano y su rival Vitelio.

El mismo corazón de Roma, el Capitolio se vio afectado. En su cima, el Templo de Júpiter, uno de los lugares más sagrados de Roma ardió por completo. Allí los generales victoriosos consagraban sus armas al Dios. Es necesario mencionar que este mismo templo había sido destruido por sucesivos incendios en el 83 a.C.y en el 69 d.C. durante las luchas civiles entre Vespasiano y los partidarios de Vitelio. Tras arder en el 80 d.C., el edificio fue reconstruido y revestido completamente en mármol. Circunstancia que al parecer le salvó de incendios posteriores. El Templo de Juno, muy próximo al de Júpiter, sí que pudo salvarse de ser devorado por las llamas.

Con la destrucción del Templo de Júpiter en el Capitolio, terminamos con la lista de grandes edificios y monumentos arrasados. Es necesario insistir en las incontables viviendas, talleres, tiendas, “insulae”, tabernas, etc. que el fuego consumió en esos tres días. De la suma de todo lo mencionado, podemos asumir sin riesgo a equivocarnos la considerable magnitud del desastre que supuso para Roma este incendio.


Reparación de los daños

Los romanos no se caracterizaron por ser un pueblo que se rindiera fácilmente ante las adversidades. Ni siquiera ante una de estas dimensiones.

La prematura muerte del querido emperador Tito, el que según Suetonio Era tan superior que era un placer para la raza humana, “, dejó en manos de, su no tan amado hermano y sucesor, Domiciano la responsabilidad de reconstruir una ciudad que, como ya he mencionado, había sufrido incendios repetidos en el 64 d.C. bajo Nerón, en el 69 d.C. famoso año de los cuatro emperadores y en el 80 d.C., que nos ocupa en este momento.

Los proyectos urbanísticos de Domiciano eran muy ambiciosos, No se conformó con reconstruir lo quemado. Su intención fue  renovar casi por completo la capital cultural del Imperio. Levantó, completó o rehabilitó decenas de nuevas estructuras, entre las que destacaron un odeón, un estadio cuyos restos están hoy día bajo la Plaza Navona y un palacio en el Palatino construido por el arquitecto Rabirio. También restauró el Templo de Júpiter y revistió su techo de oro. Además sabemos que completó el Templo de Vespasiano y Tito, el Arco de Tito y el Anfiteatro Flavio,  al que añadió un cuarto nivel, mejoró el acabado de la zona interior en la que se sentaba el público y añadió la parte subterránea del edificio.

La reconstrucción de Roma
Conclusión

Como ya he indicado anteriormente la importancia del incendio del año 80 d.C., tras la enumeración de los edificios y distritos afectados, es más que evidente. Por lo tanto, no podemos dejar de buscar el motivo de la diferencia de difusión y conocimiento a nivel popular entre un incendio y otro. ¿Cuál fue la causa de que todos sepamos que en 64 d.C. Roma sufriera un incendio devastador y de que sin embargo el incendio del año 80 d.C. que sucedió tan solo 16 años después, pase inadvertido a nuestra “memoria colectiva”?. Tácito nos da una pista:

“Nerón buscó rápidamente un culpable e infringió las más exquisitas torturas sobre un grupo odiado por sus abominaciones, que el populacho llama cristianos. Cristo, de quien toman el nombre, sufrió la pena capital durante el principado de Tiberio de la mano de uno de nuestros procuradores, Poncio Pilatos, y esta dañina superstición resurgió no solo en Judea, fuente primigenia del mal, sino también en Roma, donde todos los vicios y los males del mundo hallan su centro y se hacen populares. Por consiguiente se arrestó primeramente a todos aquellos que se declararon culpables; entonces, con la información que dieron, una inmensa multitud fue presa, no tanto por el crimen de haber incendiado la ciudad como por su odio contra la humanidad. Todo tipo de mofas se unieron a las ejecuciones. Cubiertos de pellejos de bestias fueron despedazados por perros y perecieron, o fueron crucificados, o condenados a la hoguera y quemados para servir de iluminación nocturna, cuando el día hubiera acabado.”

Un estudio de  Brent D. Shaw. en el Journal of Roman Studies de la Universidad de Cambridge pone en cuestión estas afirmaciones de Tácito. Según sus investigaciones es indudable que si se produjeron persecuciones después del incendio, dado que Nerón necesitaba encontrar una cabeza de turco, pero no pudieron ir dirigidas contra los cristianos, que entonces no estaban señalados como un culto pernicioso. La cuestión es francamente interesante pero no es la que nos ocupa en este momento. Basta con saber que este texto de Tácito sirvió de fuente a los historiadores posteriores, especialmente a los cristianos.

De esta manera hemos acabado relacionando el incendio sucedido bajo el gobierno de Nerón con el martirio de los cristianos, garantizándose así el recuerdo futuro del suceso. Por el contrario, en el incendio del 80 d.C., posiblemente tan fortuito como el del 64 d.C. no se buscaron culpables, al menos que sepamos. El “amable” Tito, primero, y Domiciano después, se centraron en ayudar a los damnificados y en ir reparando o reconstruyendo las zonas afectadas. La erupción del Vesubio el año anterior y la terrible peste que, casi simultáneamente al incendio, asoló toda Italia, llevándose consigo incluso al Emperador, también contribuyeron a diluir el recuerdo del suceso, al fin y al cabo uno más entre tantas calamidades y desastres naturales.



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